El desarrollo interior de los territorios españoles durante el siglo XIX

por Pedro Voltes Bou


     La evolución interna durante el siglo XIX de los territorios mal llamados países españoles, permiten analizar cómo fueron adoptando en su transcurso las formas económicas y el perfil político y cultural que les ha caracterizado durante la centuria y con un repaso de los distintos miembros del estado desde el este hacia el oeste siguiendo luego hacia el norte para acabar en el País Vasco y examinar más tarde los archipiélagos balear y canario, muestran los rasgos generales de su desarrollo.

     En Cataluña se registra a partir de 1809 un trascendental intento de los ocupantes napoleónicos en orden a procurarse las simpatías del país mediante la declaración del catalán como idioma oficial, la concesión de una amnistía y la repatriación de los prisioneros de guerra. Más tarde, Cataluña es segregada de la corona de José I y anexionada a Francia con aplauso de una minoría elitista que cree que esta medida favorecerá el desarrollo del país. A las cortes de Cádiz asisten 19 diputados catalanes que descuellan entre los más prestigiosos e influyentes y toman parte con especial ardor en el debate sobre la conservación de los territorios históricos dentro de la división provincial, defendiendo que las provincias recojan la fisonomía antigua de aquellos con episodios tales como la defensa de Gerona y la acción del Bruch; la ocupación francesa durante la guerra de la Independencia actúa como estimulante de la conciencia catalana, provocando un repudio que se traduce en una movilización colectiva, visible en los ámbitos militar y organizativo y en el lingüístico y cultural. Se otorga significación al hecho de que en 1814 Josep Pau Ballot termine una "Gramática i apologia de la llengua catalana", que había comenzado cuatro años antes. Esta misma afirmación subyace en los movimientos realistas que se repiten en el campo catalán cuando en 1820 se instaura el régimen liberal. El clero tradicionalista inspira y encuadra unas partidas que se declaran contrarias al gobierno de Madrid tanto por liberal como por centralista y dan lugar a la mencionada Regencia de Urgel. Una vez restaurado el régimen absoluto, se produjo la rebeldía de diversas zonas del interior de Cataluña a partir de 1825. Los «malcontents», propugnaban una versión integrista de la monarquía, se apoderaron de Manresa y montaron en ella una junta gubernativa. Fernando VII se ve en el caso de trasladarse a Barcelona para tratar de apaciguarles, a la vez que contemporiza con la burguesía industrial. El rescoldo realista arcaizante sobrevive a la persecución que desarrolla el Conde de España, capitán general de 1827 a 1832 y resucita luego incorporándose al carlismo. En las grandes ciudades impera el extremo contrario, el proletariado, la milicia nacional y los círculos avanzados, preconizan una versión radical del liberalismo que se materializa en los sucesos de Barcelona de 1835 ya reseñados. En el mismo año se instaura la Junta Provincial Superior Gubernativa del Principado de Cataluña que potencia la lucha contra los carlistas y que tienen por entonces su foco principal en Berga. La junta tiene también preocupación por el auge cultural catalán y logra la restitución de la universidad a Barcelona. Una vez superada la amenaza carlista, Cataluña se muestra refractaria al progresismo de Espartero y manifiesta su rechazo a la política central con reiteradas «bullangas» que culminan en el bombardeo de Barcelona desde Montjuic y en la violenta sublevación de la llamada «Jamancia» en 1843. Mientras tanto, se ha instaurado a partir de 1832 el nuevo modelo de fábrica movida por el vapor y se registra una intensa migración de trabajadores a las ciudades, cuyo crecimiento espectacular da una fisonomía característica a Cataluña diferenciándola del semblante agrícola de otras partes de la monarquía. La burguesía industrial se convierte en clase dominante, organiza sus propios órganos corporativos como la Asociación Defensora del Trabajo Nacional (1839) y el Instituto Industrial de España (1840) y se dispone a dar la batalla a Madrid para cancelar todo asomo de librecambismo y establecer un riguroso proteccionismo, polémica llena de altibajos durante el siglo que estimulará la aglutinación de las instituciones y asociaciones cívicas catalanas. También en el seno de la clase obrera. comienzan a surgir esbozos de agrupaciones sindicales y de cajas de ayuda mutua a pesar de la represión que ejercen contra ellas los gobiernos moderados. En 1846-48 se repite la insurrección del campo catalán con la «guerra dels Matiners», en la cual se amalgaman carlistas, demócratas y republicanos para rechazar al régimen moderado. Más tarde, en 1854 la inquietud se traslada al obrerismo urbano que se agita contra el avance del maquinismo (conflicto de las selfactinas) y las restricciones a su deseo de asociarse. En 1855 se declara con este motivo en Barcelona la primera huelga general de la historia española. Estas corrientes, clandestinas en ocasiones, confluyen luego en la revolución de septiembre de 1868 y queda lugar en Cataluña a un vivo auge del federalismo con asomos de republicanismo (rebelión de la partida del «Xic de les Barraquetes» en 1874).

     El desencanto que producen la revolución y la república, propicia que la burguesía catalana tome las riendas del país para convertirlo en uno de los más favorables a la restauración monárquica como lo demuestra que Alfonso XII escoja el puerto de Barcelona para entrar en España. La crisis del federalismo alimenta la aparición de grupos estrictamente nacionalistas tales como el centrado por Angel Guimerá en el periódico "La Reinaxensa", núcleo que evolucionará y crecerá hasta transformarse en 1901 en la "Lliga Regionalista". A partir de 1890 se organizan las manifestaciones obreristas del primero de mayo. En 1879 Valentín Almirall había fundado el primer diario catalán, el "Diari Catalá" y en 1880 se celebró el primer congreso catalanista. En 1885 Almirall promovió que se presentase a Alfonso XII una recapitulación de los agravios de Cataluña (Memorial de greuges) y en 1888 cuando fue a Barcelona la reina regente María Cristina, le fue solicitada una amplia autonomía para Cataluña. Los principios que debían guiar ésta fueron articulados en 1892 en las Bases de Manresa, debatidas en la asamblea que a tal fin se celebró en dicha ciudad.

     En Aragón, la desaparición de los señoríos y la desamortización, transformaron radicalmente la fisonomía del agro, en el cual se experimentó viva prosperidad debida en gran parte a la obra de fomento de los regadíos del valle del Ebro comenzada en el último cuarto del siglo XVIII. Con todo, el recuerdo de guerrilleros célebres como Mariano Renovales, distinguidos durante la lucha contra los franceses y la crisis que se sufre en la economía ganadera de la montaña aragonesa, excitan la reaparición en ella de partidas rebeldes que se declaran realistas en la época del gobierno liberal y más tarde, abiertamente carlistas. En cambio, Zaragoza es una de las primeras capitales que se adhiere al pronunciamiento de Riego, como también se destacará en los movimientos progresistas de 1837, 1854 y 1868.

     La agricultura aragonesa experimenta una importante mejora a partir de la introducción de los fertilizantes químicos desde 1875 y también ayuda a este progreso la difusión de la cultura agronómica con introducción de los cultivos provechosos como los de la patata y la remolacha, que atenúan en parte la preeminencia del trigo. Tienen menos éxito los intentos de industrializar Zaragoza, salvo algunos casos puntuales, como la fabricación de manufacturas metálicas y el tratamiento de productos del campo. Diversas calamidades agrícolas como la helada de 1877 secundadas por adversidades como el fracaso de la industria sedera, crean una situación de crisis en Aragón, que impulsa a millares de personas a emigrar principalmente a Barcelona, donde se crea una copiosa colonia aragonesa. Joaquín Costa "y Basilio Paraíso propugnan no sólo una profunda revisión de la economía y la sociedad aragonesas, sino la de toda la vida española. El mismo signo crítico tiene el auge del movimiento anarquista en Aragón hasta convertir a Zaragoza en la capital española del sindicalismo de esta orientación.

     La vida valenciana, desde el siglo XVIll ha estado presidida por la dedicación al empleo óptimo del suelo, reconvirtiendo el secano y multiplicando las obras públicas y privadas que expansionan el regadío ampliando acequias antiguas, construyéndolas nuevas, alzando embalses, captando aguas subterráneas y densificando la red distribuidora. Esta multiplicación de la riqueza agraria da fundamento al desarrollo de las industrias, entre las cuales destacan las textiles, resucitadas en el siglo XVIII con ocasión de la exportación a América de los géneros de lana de Alcoy y Bocairente y de las sedas de la propia capital, la huerta, la Ribera Alta y la Safor. La cerámica también prosperó considerablemente. adoptando con fortuna la estructura industrial y postergando en cierto modo la línea de trabajo artístico que había sobresalido en Alcora en el siglo XVIII, aunque las guerras de finales de este siglo perjudican gravemente a la industria valenciana y comienza un resurgir del bandolerismo valenciano, a la vez que se reproducen motines como el registrado contra el arzobispo Fabián y Fuero en 1794, el que se produce contra las milicias provinciales en 1801 y las revueltas campesinas contra las cargas feudales promovidas por una figura imaginaria. «Pep de l'Horta».

     Después de la ocupación francesa y el retorno del absolutismo, se registran numerosas conspiraciones liberales, algunas acabadas con ejecuciones. Implantado el régimen constitucional, es ajusticiado en 1822 el capitán general Elío, que había sido causa de aquellas. En el interior del reino cunden en cambio partidas absolutistas, como la del «Barbudo» y las de Ramón Xambó y Josep Miralles llamado «Serrador», las cuales se unen bajo el mando del oficial realista Rafael Sampere que logra conquistar Valencia en 1823 dando comienzo a una dura represión. A pesar de ésta, vuelven a menudear las conspiraciones y golpes de mano como el de los hermanos Fernández Bazán en Guardarnar en 1826 que acaba trágicamente. El movimiento carlista tiene éxito en las zonas del campo valenciano interior y en 1837 Cabrera está a punto de conquistar la capital. Los pronunciamientos de diverso signo van repitiéndose y desembocan en los de tipo cantonalista de Alcoy, Valencia, Alicante y Castellón que son reprimidos. En estos últimos intervienen crecientemente factores de la protesta social, que dan lugar a una copiosa militancia en la I Internacional y en la AIT. Después de la Restauración, continúan las inquietudes en el campo acentuadas por las malas cosechas y prospera el republicanismo, del cual es abanderado Blasco Ibáñez, editor del diario "El Pueblo" (1894-1939). A fin de siglo se perfila también el valencianismo político, del cual se considera precursor a Teodoro Llorente (1836-1911) y teorizador a Faustino Barberá, autor en 1911 de "De regionalisme i valentinicultura".

     En Murcia se vivió a finales de siglo un momento de expansión económica merced a la explotación de las minas de plomo, cinc y hierro de la serranía de Cartagena, las cuales más tarde, irían declinando por falta de rentabilidad. Esta nueva riqueza compensó la crisis de la agricultura donde la desamortización no había introducido dinamización alguna, sino que más bien redundó en consolidar el latifundismo y ahogar al campesino. Una gran emigración en gran parte dirigida a Cataluña, fue consecuencia de la parálisis agrícola de mediados de siglo. Más tarde, se emprenden trabajos de mejora de la huerta y de la zona litoral, dejando marginada la zona premanchega, donde desciende considerablemente la población. Los trabajos del arsenal de la Armada, alguna factoría metalúrgica del plomo y manufacturas diversas, animan un tanto Cartagena. En 1865 se construye un ferrocarril que une Murcia con Madrid. Albacete, con su escasa densidad demográfica, mejora de status al producirse la división provincial en 1833 que la convierte en provincia. La exportación cada vez más organizada de productos de la huerta, va dando prosperidad a Murcia que en 1900 tiene 111539 habitantes. Crece en ella desde fin de siglo una industria conservera importante y en 1915 se funda la universidad murciana.

     Buena parte de los acaecimientos registrados en Andalucía durante el siglo XIX consisten en desequilibrios e inquietudes exteriorizados en la vida agrícola aún cuando en dicha región se manifiesta un brillante y efímero despegue de la metalurgia española merced a las factorías instaladas en Málaga por Guillermo O'Shea y Manuel Heredia. Esta abortada línea de desarrollo no logra desvirtuar, como tampoco lo consigue la relativa terciarización de las grandes capitales y el auge del comercio portuario, la significación agraria de la economía andaluza aunque confiere enorme resonancia a los desajustes que se evidencian en la tenencia de la tierra y en las condiciones de trabajo. Es característica de las revueltas andaluzas, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, la aspiración a la mejora social orientada por las ideas difundidas por la I Internacional, cuyo injerto en la sociedad tradicional andaluza crea resultados singulares como la problemática de la «Mano Negra». Las represiones son en general de dureza extraordinaria, al paso que las clases dominantes miran con cierta tolerancia los movimientos de signo meramente político singularizados por un liberalismo exaltado. Este, data ya de la época del Trienio Liberal y en concreto del apostolado del diputado Joaquín Abreu. Las ideas del socialismo teórico de Fourier, encuentran amplia aceptación y en Jerez de la Frontera, Sagrario de Velayo trata de organizar un falansterio. En 1840 se registró en varios pueblos de Málaga una revuelta campesina que demandaba el reparto de tierras y en los alrededores de 1850 actuó en Arahal una sociedad comunista que fue reprimida con penas de muerte. En 1861 se sublevan los campesinos de Loja y se apoderan de la ciudad, de la cual les ha de expulsar el ejército. Estas agitaciones continúan cuando a raíz de la revolución de 1868, Fanelli predica el bakuninisino en Andalucía, de lo cual deriva la celebración en Córdoba del primer congreso anarquista de España (1872) y que tuvo amplia resonancia entre los jornaleros. Con la Primera República arreciaron las revueltas contra los propietarios, destacando la de Mantilla y al final de aquella fase hubo intentos cantonales en Málaga, San Fernando, Sanlúcar y Sevilla. El pueblo sevillano se apoderó de las armas del ejército y el general Pavía hubo de emprender desde Madrid la pacificación del país andaluz, relativamente facilitada por el desencanto de los amotinados que no habían visto que su alzamiento les diese inmediato acceso a la propiedad de las tierras. Con todo, en 1874 la Asociación Internacional de Trabajadores cuenta en Andalucía con 19181 inscritos en 69 federaciones locales en la parte oriental. y 19168 inscritos en 61 federaciones locales en la parte occidental. En 1883 se produce la primera huelga de estilo moderno entre los segadores de Jerez que se niegan a trabajar a destajo. En los últimos años de siglo renace el anarquismo y evoluciona hacia la modalidad anarcosindicalista.

     En Extremadura se padece un endémico subdesarrollo agrario que impulsa a la emigración a un considerable volumen de su población. Los intentos de desarrollar alguna modalidad industrial no dan durante el siglo XIX el apetecido resultado de compensar los azares e insuficiencias de la producción agrícola. Los estudios de meritorios patricios y de corporaciones locales como las Sociedades de Amigos del País, propugnan el mejor aprovechamiento del agro extremeño mediante su conversión al regadío. En 1902 comienza a elaborarse el Plan Badajoz que adquirirá realidad a partir de 1952 y comprende la irrigación de 130000 hectáreas y su dedicación, entre otros cultivos, al algodón, con ánimo de aligerar la dependencia de esta industria respecto del extranjero. Se efectúan también a fin de siglo, intentos de implantar industrias alimentarias y otras de base artesana y se realizan esfuerzos para atraer la atención del gobierno sobre los problemas de Extremadura. En 1790 se había instituido una audiencia en ella y en 1833 se logró la división en dos provincias, lo cual facilitó la gestión de un área por lo demás extraordinariamente vasta y de condiciones físicas y económicas muy variadas.

     Castilla-León experimenta durante el siglo XIX un crecimiento demográfico estimable a partir de los 6700000 habitantes que tenía al acabar el siglo anterior. Aun cuando la guerra de la Independencia y el movimiento constitucional pusieron en crisis la estructura de la propiedad agraria, el resultado no fue el acceso de los campesinos a la propiedad, sino la consolidación del latifundismo por obra de la desamortización. Con todo ello, desde la época de la Reconquista inicial, en la Castilla septentrional y en León, se manifiesta el predominio de la propiedad pequeña y mediana que mantiene fija a la población, mientras que de las fincas grandes del sur parte una corriente migratoria que se dirige especialmente a Madrid cuya población crece rápidamente con este motivo. La riqueza cerealista castellana se comercializa intensamente mediante el logro de un decreto proteccionista en 1820 que asegura la prosperidad de los propietarios hasta 1860. En esta última época, los virajes hacia el librecambismo y las malas cosechas, inducen a diversificar los cultivos aprovechando excelentes vides para crear una importante vinicultura. También se monta una eficaz industria harinera y la exportación de sus productos por Cantabria. La consolidación del caciquismo político da gran peso en las Cortes a estos intereses agrícolas a los que se suman los de los azucareros y alcoholeros, los cuales, unidos a los grupos vascos y catalanes, logran imponer un proteccionismo provechoso a partir de los aranceles de 1891.

     En Galicia se registra a mediados del siglo XIX la aparición de un movimiento literario que intenta la restauración de la identidad cultural del país a la vez que el remedio de su postración económica. Está formado entre otros por Antolín Faraldo, Neira de Mosquera, Rúa Figueroa y Francisco Añón y tiene conexión con un movimiento revolucionario que estalla en 1846 y es reprimido con el fusilamiento en Carral de doce militares y el exilio de Faraldo y Añón. La siguiente generación se reduce a la expresión literaria del galleguismo y es representada por Manuel Murguía, su esposa Rosalía de Castro, Eduardo Pondal y Manuel Curros Enríquez. Mientras tanto, se desarrollan dos movimientos de interés que remedian algo la depresión económica gallega, son la emigración a América con el subsiguiente éxito personal de muchos indianos que o retornan brillantemente al país o fundan en América centros de irradiación de la realidad gallega y el planteamiento de diversas industrias con la pesquera y la conservera en cabeza y que dan nueva vitalidad a los puertos creando en ellos un proletariado que se inclina hacia el anarquismo.

     La formulación del galleguismo es obra de Alfredo Brañas, mantenedor de los Juegos Florales de Barcelona de 1893 que publica en ésta ciudad en 1899 su libro "El regionalismo", que influye sobre algunas corrientes de semejante sentimiento en Cataluña. En 1899 Manuel Murguía publica "El regionalismo gallego", que a través de las «Irmandades de Fala», representará el paso del hecho lingüístico y literario a ser un instrumento de combate nacionalista. Dentro de esta virtualidad y ya dentro del siglo XX, se producirá en 1920 la publicación de "Teoría do nacionalismo galego" de Vicente Risco, que vendrá a representar una posición derechista, mientras más tarde, Alfonso Rodríguez Castelao adopta una actitud más avanzada.

     Asturias experimenta cambios económicos y sociales rotundos durante el siglo XIX que transforman su estructura agrícola arcaizante en una plataforma de la industrialización nacional tal como había preconizado proféticamente Jovellanos. En 1803 la población del principado era de unos 370000 habitantes. La desamortización no produce cambios profundos en la estructura agraria y es incapaz de retener a toda la población activa y se registra una migración importante hacia Madrid y América, a la vez que los centros mineros de la propia Asturias atraen creciente población campesina. En el principado se desarrolla primero un intento de combinar la producción de acero con la extracción de carbón, el cual no prospera porque en el País Vasco se plantea el mismo programa con mejores bases técnicas y económicas. En 1848 se enciende en Asturias el primer alto horno de coque y en 1859, Pedro Duro pone en marcha el primer alto horno de tipo moderno en La Felguera. Asturias se interesa vivamente en la batalla proteccionista que sostienen Cataluña y el País Vasco y cierra filas aliado de éstos de 1869 en adelante. Durante la Primera Guerra Mundial, la minería asturiana conoció un auge extraordinario, que corrigió la escasez de demanda que había estado sufriendo en tiempos anteriores. Por el contrario, la subida de pedidos en este tiempo la acostumbró a una tónica de trabajo anormalmente alta y que para ser mantenida años más tarde, haría menester la protección del estado. El obrerismo asturiano tiene desde finales del siglo XIX signo socialista, ya patentizado en el congreso de Bilbao de 1890. Las primeras agrupaciones socialistas surgen en Gijón en 1891 y en Oviedo al año siguiente y son fruto de las predicaciones de Eduardo Varela y Manuel Vigil, sobre todo en la zona minera. En 1901 es fundada la Federación Socialista de la Región Asturiana y en 1902 se celebra en Gijón el sexto congreso del PSOE. En 1896 había comenzado a publicarse el periódico "La Aurora Social", que dos años más tarde se instaló desde Gijón, en Oviedo. En 1901 se desarrolló una importante huelga de descargadores en Gijón y en 1906, otra de mineros en Mieres llamada por sus proporciones. la «huelgona».

     La región cantábrica se enfrenta en el siglo XIX con tres problemas que afectan a su supervivencia dentro de la sociedad industrial naciente, el primero atañe a la transformación de su economía ganadera de estilo pastoril, en una explotación moderna e industrialmente rentable, el segundo versa sobre la mejora de los servicios del puerto de su capital para que pueda dar salida eficaz a las exportaciones castellanas y ser a la vez base de una flota pesquera productiva y en tercer término, resolver óptimamente tanto la rivalidad portuaria con Bilbao como la que existe en materia siderometalúrgica. Este último aspecto es el que Cantabria puede defender peor, puesto que su significación en el trabajo del hierro es una herencia nada menos que de los Austrias que instituyeron las factorías de Liérganes y La Cavada que están en plena agonía y no podrán integrarse en la industrialización decimonónica, acaso por no encontrar suficiente apoyo en el capital cántabro. Este desarrolla una interesante penetración en los negocios madrileños e invierte en diversas industrias nuevas. A mediados del siglo XIX puede considerarse irremediable y resuelta la posposición del puerto de su capital a los de Gijón y Bilbao a pesar de los esfuerzos dedicados a adaptarle astilleros y talleres navales. Torrelavega se convierte desde finales del siglo en un foco industrial importante, mientras la capital de la Montaña evoluciona hacia la terciarización y se convierte en uno de los primeros centros de vacaciones y turismo que se definen en el país.

     En el País Vasco de las Vascongadas una de las cuestiones más profunda y continuadamente debatidas durante el siglo XIX es la de los fueros. El movimiento carlista hizo tesis propia la de su mantenimiento y en 1839 para eliminar este tema del cuadro bélico. Espartero promete respetarlos continuando un proyecto de ley presentado a las cortes liberales en 1837 que confirma dichos fueros. Sin embargo, en 1839 se suprimió por decreto el poder judicial y legislativo peculiar del País Vasco. En 1841 la aduana, que había estado instalada hasta entonces en Miranda y Vitoria en la frontera vasca con Castilla (recuérdese el célebre articulo de Mariano José de Larra «Los viajeros en Vitoria», pasó a situarse en Hendaya. En 1872 comenzó en tierras navarras una nueva guerra carlista que repercutió en el País Vasco y la derrota de las banderas carlistas trajo consigo la quiebra del fuerismo tradicional. Aun habiendo desaparecido las antiguas formas de gobierno, se mantenían en aquella área importantes parcelas de autonomía administrativa y fiscal, como ocurre en Navarra tras la promulgación de la ley paccionada de 1841, en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, a través del régimen de conciertos económicos iniciado en 1878 dos años después que a raíz de la promulgación de la constitución canovista, se abolieran los fueros hasta que por un decreto del general Franco en 1937, permanecería vivo el régimen concertado en Vizcaya y Guipúzcoa y el de Álava, se salvaría incluso de aquella disposición y llegaría a la actualidad. Semejante concierto económico representa una atenuación, por vía pactada, de la abolición canovista de los fueros negociado por los políticos vascos que aceptaron formar las nuevas diputaciones provinciales y que obtuvieron, en febrero de 1878, un convenio con el gobierno a propósito de la forma de contribución a los gastos del estado de las tres provincias vascongadas. El convenio, o concierto económico, definía la aportación vasca como una cuota fija calculada sobre la base de las contribuciones pagadas durante la época de Isabel II. Las diputaciones determinarían los procedimientos ulteriores de recaudación y distribución. También retuvieron algunas otras competencias interesantes que derivaban de la tradición foral y no del nuevo régimen tales como la gestión de los montes que fuesen de propiedad de las provincias o municipios. Los conciertos con el estado se renovarían regularmente en 1887, 1894, 1906 y 1925.

     La abolición de los fueros trae consigo la obligatoriedad de prestar el servicio militar ordinario, la intervención estatal en la administración municipal y otras innovaciones que dan fundamento a la génesis del movimiento nacionalista vasco. En 1894 Sabina Arana Goiri, fundó el Eusko Alderdi Jeitzalea o Partido Nacionalista Vasco. En Navarra se movieron en el mismo sentido Arturo Campión y Juan Iturralde. Esta proclamación tiene tantos efectos ante el exterior como ante el propio país, puesto que en él se ha registrado una intensa inmigración que altera sustancialmente la base étnica del mismo. La explotación del mineral de hierro vasco desde finales del siglo XIX, pone en marcha una potente siderurgia que a diferencia de otras riquezas primarias españolas, queda conservada en gran medida dentro de las manos nativas, las cuales saben aprovecharla como plataforma de una copiosa capitalización. Además de diversificarse en múltiples industrias, esos capitales se aplican. mediante el surgimiento de una poderosa banca a diversos negocios peninsulares y aún extranjeros, manteniendo en ellos unas apreciables cotas de prestigio (Banco de Bilbao, 1857; Banco de Vizcaya, 1901). El obrerismo vasco se orienta en gran proporción hacia el socialismo, dejando amplios espacios a los sindicatos católicos que son también poderosos en Navarra.

     En este último reino es de notar que la gran mayoría de la población es partidaria del absolutismo por efecto de un antiguo conservadurismo, que puede relacionarse con la abundancia del estamento noble en el país así como el arraigo y poder de sus instituciones eclesiásticas y el rechazo de las repetidas invasiones francesas que en anteriores tiempos, se habían efectuado en son revolucionario y liberal. El pronunciamiento de Riego en 1820, es refutado desde Navarra con un movimiento «proreligión y fueros», que enlaza con la restauración del absolutismo en 1823 al estallar las guerras carlistas. Navarra se manifiesta como corazón y base de esta causa y sus hijos forman los batallones más distinguidos de Zumalacárregui. Lo propio ocurre en las siguientes guerras carlistas y Carlos VII pone su corte en Estella (1873-1876), mientras Pamplona muestra cierta inclinación a los liberales. El desarrollo económico de Navarra queda perjudicado y retrasado por tan prolongadas contiendas vividas intensamente y su población no crece en la medida general de la española (280000 habitantes en 1850 y 318500 en 1885), a lo cual contribuye también la grave incidencia de diversas epidemias como las de 1834, 1854-55 y el cólera de 1885 y la emigración copiosa de trabajadores al País Vasco. A finales de siglo, se tendió el ferrocarril de unión con Zaragoza y el Mediterráneo que abre una importante vía de salida de los productos de la región en la cual se registraría paulatinamente una provechosa afluencia de capitales de otras partes de España atraídos por sus ventajas fiscales y su paz social.

     La Rioja ha experimentado en su seno procesos socioeconómicos muy diversos, como distintas son también las zonas geográficas que la componen, fundamentalmente la Sierra, en torno de la sierra de la Demanda y el Valle que es el del Ebro, dividido éste a su vez, en Rioja Alta y Rioja Baja; dedicada la primera a cultivos de clima más frío comprendidos los cereales y la segunda a horticultura y fruticultura. Dentro de la Rioja Alta se destaca también la fracción correspondiente a Alava. Todas estas subdivisiones tienen en común empeño la dedicación a la vinicultura y los avatares de ésta, han condicionado en gran medida la suerte del país. De modo especial se sintieron en el siglo XIX las vicisitudes de alza y baja causadas primero, por la filoxera en Francia que estimuló la producción de vino español en buena parte riojano y su envío al país vecino y más tarde, el paso de la plaga a España que devastó los viñedos y obligó a cuantiosas inversiones que fortalecieron la posición de los grandes propietarios a costa de los campesinos. Los conflictos incubados tuvieron su expresión más conocida en Arnedo en 1933. Comienza luego el proceso de industrialización del vino riojano que ha conducido a la concentración en grandes bodegas y a las defensa de unas acreditadas marcas tras la adecuada tecnificación de los procesos. Se ha desarrollado también en La Rioja una importante industria conservera de frutas.

     En 1863 aconteció en La Rioja una sublevación carlista promovida por el general Santos Ladrón, secundado por el brigadier Miranda y el abad de Valvanera junto con Pablo Briones y Basilio Antón García. El movimiento fue sofocado por el general Lorenzo.

     En las islas Baleares repercutieron vivamente las vicisitudes políticas del comienzo del siglo XIX, tanto la guerra de la Independencia durante la cual actuó una Junta Suprema patriótica favorecida por la protección de la flota británica, el constitucionalismo y sus alternativas, como las guerras carlistas. La escasez de alimentos y trabajo ocasiona tumultos populares, en Mallorca en 1808 y en Menorca dos años más tarde. Hubo también una revuelta liberal en Inca en 1831 y un pronunciamiento carlista en Manacor en 1835 rápidamente reprimidos, aunque más tarde, hubo el golpe carlista del general Ortega en 1860. En la segunda mitad del siglo XIX, con el avance de la industrialización, comienzan a surgir sociedades obreras, de las cuales hay siete en 1874. En 1890 se registra un intento de huelga en Mallorca y en 1903, la primera huelga en Menorca. En esta última isla aparece una federación obrera de signo anarquista y en 1898 nace en Mahón "El Porvenir del Obrero", periódico reivindicativo menorquín semejante a "El Obrero Balear" que de 1900 a 1915 se publica en Mallorca.

     La constitución en 1833 de la provincia única de Baleares representó el allanamiento de las peculiaridades administrativas de Menorca e Ibiza suavizado en 1856 por la creación del cargo de subgobernador de Menorca. Más tarde. en 1912 los ibicencos intentarán en vano que sean establecidos en Baleares los cabildos insulares como los de Canarias. En el transcurso del siglo, las repetidas crisis económicas provocaron intensas emigraciones hacia el sur de Francia, América y la propia península, así como Argelia. La modernización agraria favoreció la revitalización de la agricultura y ésta recibió el estímulo de copiosas exportaciones a América, especialmente a Cuba. A más de algunas empresas mineras como las de Binisalem, fueron montándose industrias alimentarías, del calzado y de tejidos. En el agro se registra la intensificación de las producciones exportables como la de almendras y la ganadera y sus derivados. También se desarrolla la artesanía igualmente orientada hacia la exportación. En 1829 fue suprimida la prestigiosa universidad de Palma de Mallorca y en 1835 se instaló el Instituto Balear que en 1864 y 1929 puso filiales en Menorca e Ibiza respectivamente. Los escritores baleares se sumaron con entusiasmo y relevancia al renacer de la literatura catalana y abundaron en las islas las publicaciones y periódicos redactados en esta lengua.

     En Canarias las condiciones económicas y socioculturales dependen en gran medida de la situación exterior y por consiguiente, las guerras internacionales de comienzos de siglo producen postración, lo mismo que las alternativas de la política peninsular. En busca de una base económica estable, el archipiélago se dedica primero al cultivo de la caña de azúcar que luego abandona por efecto de la competencia americana y pasa entonces a cultivar la vid con éxito de exportaciones al nuevo mundo. Surge en Las Palmas una "Sociedad de Amigos del País" y en Tenerife se reclama que se instituya una universidad, cosa que no se conseguirá hasta 1913. Mientras tanto, diversas instituciones isleñas promueven tareas de cultura. En el equilibrio global del archipiélago, repercutió peligrosamente la decisión de los capitanes generales de instalarse en Tenerife en el siglo XVIII, mientras Las Palmas mostraba en algunos sectores mayor vitalidad y desarrollo, singularmente gracias al aumento del tráfico de su puerto. La tensión entre las dos islas mayores fue resuelta mediante la partición de Canarias en dos provincias en 1927. Desde la época de Fernando VII que propició su entrada, se cultivaba la cochinilla, cuya materia tintórea era muy apreciada pero, el descubrimiento de los colorantes químicos arruinó esta producción y obligó a Canarias a especializarse en los cultivos de plátanos y tomates que han constituido la base de su economía contemporánea junto con la dedicación a los servicios y especialmente a los derivados de la circulación marítima y el turismo.

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