La competitividad de lo competitivo

por Julián Segarra Esbrí

    Es propio y natural, entre quienes aspiran a conseguir una parcela de mercado, la existencia de cierta rivalidad o competición por la que se publicite la calidad o propiedades del producto ofrecido y no precisamente el bajo precio, pero la sagacidad, no siempre es noble y la picaresca de la persona astuta que vive de engaños, es también espontánea en el entono del comercio.

    Hace unos años, coincidiendo con la época anual, en la que las noches frías del invierno es lo habitual, observé que para poner en funcionamiento el motor de la furgoneta por las mañanas, el arranque eléctrico casi agotaba la batería del acumulador y como quiera que mi vecino Julio es vendedor de baterías para automóviles, le comenté que precisaba de una nueva.

    Parece como si la empresa en la que desarrollaba su actividad de representante del comercio, cerró el negocio por excesivos beneficios y me comentó la situación en la que se encontraba en aquel momento, invitándome a comprar otra batería en otro establecimiento comercial de bonita fachada y sugestivo lujo.

    El mundo del comercio es muy paciente, siempre permanece observante a la espera del cierre de la competencia, para pillarle los pocos clientes que tenga, por ello, cuando accede por las puertas del establecimiento alguien con un billete gastador, siempre le garantizamos el intercambio por alguna cosa vendible, pero lo cierto es que en mi caso, precisando de una batería nueva, la cambié por el dinero y me fui más contento que un gato con dos ratones.

    No pasaron más de quince días, cuando la nueva batería acreditaba su competitividad, de tal suerte que, poniéndola unos quince minutos a la carga, accionaba el motor de arranque con tanta fuerza que el motor de la furgoneta se ponía en funcionamiento inmediatamente.

    Cuando la noche no había sido fría o ventosa, por la mañana la batería respondía como se esperaba, pero cuando la climatología no era propicia, no había forma de arrancar el motor de la furgoneta, aunque, sabiendo el truco, le daba unos amperios de desayuno y a funcionar perfectamente.

    El inconveniente radicada en el lugar del estacionamiento que, no siempre era cercano a mi domicilio y sin pretenderlo, me convertí en un paseante de batería como si de un bebé se tratase y que aunque no me daba vergüenza callejera, me incordiaba el no poder disponer del invento cuando lo precisaba.

    Cansado de tanto paseo en las frías mañanas invernales, decidí que debía pensar en lo ocurrido y poner remedio coherente. Para ello, recordé lo que mis Sres. Maestros me enseñaron con tanto esfuerzo y que vengo en denominar deducción lógica. Por la sintomatología, parece como si la batería, en lugar de 70 A solo tuviese 65 A y con 10 minutos de carga, alcanzaba los 70 A que eran los que necesitada el motor para arrancar. Estuve unos días imaginando qué ocurriría si sustituyese la batería competitiva de 70 A. por otra también competitiva de las que se venden en las tiendas pero en este caso de 88 A que seguramente solo tendría 80 A y una vez decidido, tomo medidas del espacio disponible y observo que con unas pequeñas modificaciones en el soporte de la batería, puedo conseguir instalar otra pero de las de 88 A de mentirijillas.

    Cuando llego a la tienda, como me conocen a la legua, me ofrecen una batería de las de amperios buenos, es decir, de las que no tienen los amperios resfriados o con la espalda entumecida y al acercarse a la trastienda, el vendedor comprueba que solo dispone de baterías modernas que quiero decir competitivas y en lugar de elegir la batería por la etiqueta, la selecciono por el tamaño que, bien mirado y mejor pensado, también es una forma de comprar. La batería en cuestión, es una que lleva pegada la etiqueta de 95 A que si los cálculos con correctos, debería disponer de 85 A, aunque por si acaso es de las muy competitivas, solo alcance los 80 A y en el peor de los casos, si se trata de una de las muy súper competitivas, consiga disponer de 75 A que serían los que necesito para arrancar el motor de la furgoneta con un margen de seguridad de 5 A que deberían ser suficientes por si aún queda algún amperio escaqueado.

    Y es que el papel es muy sufrido, en él podemos rotular lo que nos plazca e intentar y conseguir engañar al profano comprador que por carecer de experiencia o conocimientos en determinada materia, solo mira el precio de las cosas sin importarle u observar las cualidades del artículo adquirido.

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