El cajero manual

por Julián Segarra Esbrí


   Muy bien hubiera podido llamar al cajero Manuel pero el título es por diferenciarlo del cajero automático que tan folclóricamente se ha instalado por las calles de las poblaciones y que permite al usuario hacer transacciones adineradas en la entidades bancarias a cualquier hora del día o de la noche sin ni tan siquiera dar las gracias y menos, saludar ante nuestra presencia, pero que apretando convenientemente unos botoncitos, permite ilusionar como personaje importante conocedor y usuario de la novedosa tecnología.

   Cuando era pequeño, solo tenían cuenta corriente en los bancos los comerciantes, pero desde que empezaron algunas empresas con las domiciliaciones de recibos repetitivos y el Gobierno convirtió a las entidad bancarias en colaboradoras para repartir el papel moneda que edita la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre continuamente, hoy todas las personas tienen una cuenta en alguna entidad bancaria.

   Pensaba estar en condiciones de realizar una operación económica inesperada por la que como comerciante no es aconsejable perder o dejarla escapar y menos olvidar o menospreciar, cuando haciendo arquero, observo que me faltan en mano algo más de novecientos euros para poder formalizarla, por lo que decido acercarme a una sucursal de una entidad bancaria y a mi aproximación a la puerta, una mujer que estaba en calle peleándose como una D'Artañana con el cajero automático, me advierte que ella es la última de la cola interior en la que las personas, están a la espera de su turno para ser atendidas personalmente en ventanilla.

- Tranquila mujer, después de ud., el siguiente seré yo.

   Una vez dentro del local y saludar a los presentes de forma generalizada, otra mujer me comunica que el turno lo tiene una chica que vuelve enseguida y le explico el ser consciente, por la advertencia indicada antes de mi acceso al establecimiento.

   La sucursal de la entidad bancaria en cuestión, dispone de cinco servicios de atención a sus clientes. A la entrada, un toma turno con una impresión en formato papel del número de orden y la fecha con la hora y en un panel electrónico que no funcionaba, se cita al número de la persona solicitante que se le concedió a su llegada y la ventanilla de atención personalizada, pero que por estar fuera de servicio, los clientes usábamos en sistema verbal tradicional de toda la vida, el que nunca falla.

   En eso que llega un señor más mayor que yo y le concedo verbalmente su turno detrás de mí porque el sistema tecnológico funciona vía satélite por rebote lunar y como estamos en fase de luna nueva, no se recibe respuesta visual en el panel electrónico.

   Por entrar en conversación durante la espera, se me ocurre preguntar si tiene carnet.

- ¡Hombre, claro!.

- ¡Perfecto!, entonces no precisa que le regale el mío. ¡Es que no lo uso! y en caso de carecer ud. del suyo, podía muy bien utilizar el mío.

   Allí un trajín de empleados bancarios moviéndose de un lado para otro y un par de los que atienden en dos ventanillas, entrando y saliendo con clientes a la calle porque un cartel indicador nos dice que para transacciones adineradas inferiores a los mil euros, hay que usar el cajero automático y el señor que me sigue en el turno, ya empieza a impacientarse, por lo que me permito la libertar de preguntarle:

- ¿Tiene ud. el certificado de la ITV de los zapatos andarines vigente o caducada?.

   Me mira con mirada de rayo láser y cara de pocos amigos y añado:

- Ya veo que sus zapatos están muy relucientes, se nota que están recién betunados, pero debido a la humedad ambiental, los cordones de los zapatos del director de la entidad dificultan la atención diligente en esta sucursal bancaria y la falta de personal suficiente, de una rápida o inmediata.

   Se despeja una de las dos ventanillas y el empleado bancario dice: ¡El siguiente!.

   Me acerco, le saludo y le explico que preciso 950 €., a lo que responde:

- Tendrá que usar el cajero automático. ¿Tiene ud. el PIN?.

- No uso pin, yo como pan, le aclaro al empleado.

- Entonces lo busco en su archivo. En ventanilla solo se atienden cantidades superiores a los 1000 €.

- ¡Vale!, déme 2000 €.

- Pase a la otra ventanilla que le atenderá mi compañero. ¡El siguiente!.

   Mientras espero, al señor que le toca el turno detrás de mí, le dan un pase de torero como antes me lo dieron a mí y vuelve a tomar turno a mi lado sin resignación y muy alterado.

- ¡Tranquilícese hombre!, le digo, a mi me van a atender en ventanilla y me darán menos de 1000 €. sin pasar por el cajero.

   Levanta las cejas como un incrédulo y con cara de extrañeza.

- Es porque en mi caso, empleo el Método de Tarambana.

   Y el señor pone aún más cara de sorpresa.

- Le reto a robarle una sonrisa, le añado.

   En esta corta conversación, despachan a la persona que me precede y entro en escena. Después de saludar al empleado que me va a atender, le explico que necesito 950 €. y rápidamente me invita a acompañarme a la calle al cajero, pero yo le aclaro que debido a la norma que se ha inventado la Dirección de la Entidad Bancaria, en lugar de 950 €. le pediré 2000 €.

   Me acredito con mi DNI, se consulta el computador bancario, se teclea adecuadamente y me entrega un sobre que devuelvo por no precisarlo, indicando que el dinero es para gastar en el negocio y aunque un sobre no vale nada, una caja de sobres algo vale, pero agradezco la atención aunque no lo necesito; firmo en una pantalla táctil, el empleado bancario saca 1000 €. en billetes y luego otros 1000 €., los une y me los entrega todos juntos.

   Empiezo a contar hasta los 950 €. dejando los billetes en un montocito delante del empleado bancario y separo aparte otro con 1050 €., que tomo y los devuelvo diciendo que deseo ingresarlos en mi cuenta.

   El empleado recoge los billetes y comenta acercarse al cajero automático.

- ¡Disculpe!, le digo al empleado; la cantidad supera los 1000 €. y hay que atenderme en ventanilla según instrucciones de la Dirección.

   Con los billetes en la mano, los inserta en una máquina contadora, comprueba que están los 1050 €., me expide un recibo de ingreso y me despido cortésmente dándole las gracias por atenderme y deseándoles buenos días y buen servicio.

   Al retirarme de la ventanilla de atención ciudadana, me dirijo al señor que espera impaciente le atiendan después de mí y le digo:

- ¡Sonría hombre!, que le he ganado la apuesta.

   El Método de Tarambana puede parecer de locura, pero estar loco, ¡no es sinónimo de ser tonto!.

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