VERACRUZ

CIUDAD COLONIAL[1]

Por Joaquín Segarra Idiazábal.

  

             Veracruz representa un hito único en la historia de México y de América. Nacida humildemente en un inhóspito yermo de la costa y a partir de un hábil acto político sin precedentes para su época (principios del siglo XVI), a lo largo de su devenir ciudadano se destacó como punto neurálgico de la vida económica, política, militar, cultural y social del territorio de ultramar más importante de la Corona española, y más tarde del México independiente, sin menoscabo de otras características (morfológicas y antropológicas) que poco a poco fueron conformándola y que se definen, casi en su totalidad, a partir del siglo XVIII.

             Parafraseando a Alfonso Reyes, puede decirse que Veracruz no parecía señalada por la Naturaleza para ser un lugar próspero; ha sido el Hombre quien ha tenido que crearlo todo. Desde su fundación y la elección de su primer Ayuntamiento a principios de siglo XVI, Veracruz ha venido sosteniendo una lucha sin cuartel en contra de los elementos, de los hombres y de su destino, un destino casi siempre fatal, casi siempre desfavorable.

             A pesar de todo esto, durante el Virreinato y buena parte de su vida independiente, ha sido la puerta principal de América por la que han entrado y salido civilizaciones, materias primas, lenguajes, mercancías y personajes de toda índole, convirtiéndose en el centro y arranque del mestizaje cultural que hoy lo caracteriza y que tanta influencia ha ejercido universalmente a lo largo de su historia como ciudad, como parte fundamental del país y como inicio de una nueva vida continental.

             Vale la pena aquí mencionar que si bien su nacimiento tiene connotaciones indubitablemente estratégicas como punto de arribo de los inquietos hispanos que llegan allende el mar, no fue su vocación primigenia la de puerto[2], sino la de un sitio para el desembarque inicial de hombres, armas y pertrechos, y un punto de arranque de una aventura que llevaría a la cultura europea a internarse en un territorio pleno de nuevas imágenes, costumbres, olores, colores y sabores, que poco se comprendieron inicialmente y tanto impresionaron a los europeos de ese entonces.

             El surgimiento de Veracruz corresponde más al afán de crear un enclave independiente de la autoridad establecida en la vecina isla de La Española –hoy Cuba- y una población “con todas las de la Ley”, soportada por el sólido argumento de un Ayuntamiento (institución clave para la autonomía política en la España del siglo XVI), y no necesariamente como un puerto en toda la extensión de la palabra. Si bien este último ha constituido el factor toral de su desarrollo en las últimas tres centurias, no es sino hasta bien entrado el siglo XVII que puede hablarse de una instalación utilizada regularmente para el fondeo de naves de gran calado, desarrollándose mientras tanto su vida urbana más bien como ciudad “de paso” [3].

             Penurias por conseguir materiales de construcción y erigirse como ciudad las tuvo desde su fundación misma. Enclavada en una zona donde los tradicionales elementos y materiales de construcción no existen o se encuentran bajo formas diferentes a las conocidas por los recién llegados, o en sitios de difícil acceso y aprovechamiento, tuvo que sobrevivir, a lo largo de su historia, de materiales “prestados” por barcos desechados o traídos de otras ciudades o, incluso, arrancados del fondo del mar.

             Cabalmente, las playas frente a San Juan de Ulúa no se constituyen en asiento definitivo de la actual ciudad sino hasta principios del siglo XVII -final de su periplo de cuatro asentamientos- cuando los habitantes de lo que hoy es La Antigua Veracruz –más al norte- son obligados a iniciar su traslado a “la banda de tierra firme donde estaban pobladas las ventas de Buitrón", [4] a la “Nueva Veracruz”, que paradójicamente es lugar original del primer desembarco frente al islote de San Juan de Ulúa.

             Constituida inicialmente por modestas construcciones de madera, la ciudad inicia su frágil vida a partir de esas fechas, levantándose algunos edificios básicos, como la sede del Ayuntamiento, la iglesia mayor, bodegas, “ventas”, viviendas de comerciantes y empleados públicos. Tablas, techos de palma (“enramadas” según expresión de los españoles de la época) y posiblemente tejamanil, son los materiales y sistemas constructivos de esa época.

             Tanto en su sede definitiva, como en los otros tres asentamientos previos, la nueva ciudad se trazó de acuerdo con las Ordenanzas expedidas en 1576 por Felipe II. En ellas se establecía, por ejemplo, que en las ciudades costeras, la Plaza Mayor debería estar orientada hacia el desembarcadero del puerto; a su alrededor, se levantarían la Casa de Cabildos y la iglesia parroquial (cuyo eje mayor coincidirá con uno de los costados de la plaza), mientras que las otras calles que delimitarían la Plaza se destinarían a alojar portales para beneficio de los comerciantes. La Aduana Real se levantó cerca del Cabildo, en el tramo de playa comprendido entre la nueva ciudad y el mar. Al no contar aún con un muelle apropiado, los barcos echaban anclas junto al cercano islote de Ulúa.

             Durante todo el siglo XVI y buena parte del XVII, aunque con mejor manufactura, siguió siendo una ciudad de madera, la “Ciudad de Tablas” (que dibuja, imaginativamente, Adrian Boot), asolada por incontables y frecuentes incendios, además de enfermedades endémicas (fiebre amarilla, vómito negro, peste, etc.) que la persiguieron incluso hasta hace no muchos decenios.

             Ante la falta de materia prima disponible en el entorno, y para consolidarse como asentamiento, tuvo que aprovechar la madera de los barcos que encallaban en sus traicioneros “bajos” y arrecifes y, en no pocas ocasiones, de viejas embarcaciones que a propósito eran hundidas o “echadas a pique“ (como había hecho el mismo Hernán Cortés con sus propios barcos) para levantar sus precarias edificaciones. Para entonces, ya contaba con un rudimentario muelle de madera al que llegaban las lanchas y barcazas con la mercancía descargada de los navíos amarrados al célebre “muro de las argollas”, en San Juan de Ulúa.

             Si -como dice Bernardo García Díaz[5] - “... el siglo XVII fue un siglo carpintero, sobre todo en sus comienzos, el siglo XVIII sería albañil, pues intramuros se pobló de edificios y casas de mampostería[6] de uno y hasta dos pisos. Cuando pertenecían a comerciantes, en el piso alto habitaban sus dueños, mientras que la planta baja servía para caballerizas, bodegas y expendios de mercancías”[7].

             Así, aunque en el siglo XVIII empieza a convertirse en una ciudad de mampostería, tiene, sin embargo, que seguir “pidiendo prestados” materiales de construcción para crecer, trayéndolos de otros sitios -algunos de ellos relativamente cercanos, como piedra de Córdoba o Puebla; otros, tan distantes como la misma Europa- o extraerlos del fondo del mar, con grandes trabajos y a gran costo.

             Al no existir otras opciones, fueron la cal de las conchas, la arena de los arroyos y la piedra muca o múcara (trozos de coral cálcico) los materiales fundamentales de construcción durante este período empleados en la fábrica de muros y bóvedas; maderas como la pinotea americana y el cedro, traídos de lugares vecinos, eran empleadas para los envigados de techos y para puertas y ventanas. Por su parte, los herrajes, azulejos, ladrillos, tejas, losetas vidriadas (para recubrimiento de pisos y muros) y el vidrio, tuvieron que ser importados del centro del país y, en algunos casos, de España y otros países más allá del mar[8].

             Hasta este momento, la ciudad sólo seguía contando con un único muelle, integrado a la ciudad y formando parte de los espacios citadinos de libre acceso.

Veracruz, "Ciudad colonial;

             La construcción misma de sus mayores obras, como la muralla[9] en el siglo XVIII y los muelles y el puerto artificial en los umbrales de siglo XX, requirieron -la primera- de la extracción masiva de piedra de coral de sus arrecifes, y -los segundos- del traslado de muchos centenares de toneladas de piedra desde Peñuela (población situada a unos 100 km de Veracruz), así como la fabricación en gran escala de enormes bloques de concreto.

             Es hasta bien entrado el siglo XX cuando puede hablarse con toda propiedad de un Veracruz constructor que tiene a su disposición tanto materiales como procedimientos constructivos y alarifes locales. Para ese entonces ya contaba con medios y sistemas de transporte que facilitaban la disponibilidad de recursos traídos de otras zonas para levantar construcciones de todo tipo.

             Es también el momento en el que la ciudad empieza a convertirse en un polo de atracción importante; sobre todo, por el notable crecimiento en las actividades portuarias, pero también por la consolidación o establecimiento de las primeras industrias netamente porteñas, así como por el incremento de las actividades comerciales. Poco a poco crece hasta integrar totalmente a su ámbito urbano no sólo a las instalaciones portuarias que se crean, sino a comunidades, rancherías y algunas poblaciones vecinas que pasan, inevitablemente, a convertirse en suburbios de la ciudad.

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[1] Aunque es frecuente el uso del término “ciudades coloniales”, en el caso de México es quizás más adecuado hablar de “ciudades virreinales”. México –la Nueva España- fue un virreinato, nunca una colonia. También es cierto que el uso del término pudiera ser aceptable en función de la amplitud de su connotación, ya que se utiliza más como referencia a un período histórico que a una determinada situación política.

[2] Tan no fue considerado el sitio como apropiado para un puerto, que a los pocos días del desembarco inicial se emprende una búsqueda para encontrar un lugar más adecuado, costeando hacia el norte.

[3] La costumbre de referirse a sus habitantes como “porteños” más bien procede del interés por evitar el desconcierto que genera dar y usar el mismo nombre para la ciudad, para su ámbito municipal y más tarde para el Estado mismo, como sucede frecuentemente a lo largo y ancho del territorio nacional (Guanajuato, Tlaxcala, Querétaro, Zacatecas, Chihuahua, Aguascalientes, Durango, o la misma ciudad de México, también nombre “corto” del país). De aquí probablemente se genera también la extendida costumbre de referirse erróneamente a Veracruz como “el Puerto” y no como “la Ciudad”. Veracruz es una ciudad con puerto y los veracruzanos “porteños” vivimos, evidentemente, en la ciudad  y no en las instalaciones portuarias.

[4] El 8 de mayo de 1608, Felipe II ordena, por primera vez y mediante Real Cédula, el traslado de la población a este punto. El 19 de junio de 1615, Felipe III, hijo del anterior, expide una nueva Real Cédula ordenando de manera definitiva que se traslade la ciudad al asiento original y confirmando que a esta nueva población “… se le guarden las preminencias (sic) y prerrogativas que estaban concedidas a la ciudad de Veracruz...  ...que ahora y de aquí en adelante para siempre jamás sea y se intitule la ciudad de la Nueva Veracruz”. Desde esa fecha, éste es el último y definitivo asiento de la ciudad.

[5] Bernardo García Díaz. Puerto de Veracruz. Veracruz: imágenes de su historia. Gobierno del Estado de Veracruz. México, 1992.

[6] En 1735 se había decretado que los dueños de casas y construcciones las hicieran de “cal y canto”, debido a los constantes y devastadores incendios que asolaban la ciudad. Esto no empieza a cumplirse cabalmente sino hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando un incendio más, de proporciones mayúsculas, provoca la pérdida de muchas casas por las llamas y de muchas otras por derrumbe intencional para evitar la propagación del fuego.

[7] De hecho, se consolida una estructura urbana excluyente, con los sectores más ricos (comerciantes, terratenientes, funcionarios públicos) intramuros, y los más pobres (empleados, trabajadores portuarios, inmigrantes rurales) extramuros.

[8] El ladrillo y las losetas de barro, por ejemplo, empiezan a llegar regularmente hasta el siglo XIX procedentes, en primera instancia, de Puebla y Santa Rosa (hoy Cd. Mendoza) y posteriormente de El Tejar y Medellín, como bien apuntan Enrique Segarra y Mario Coutiño en su “Propuesta de Revitalización para el Centro Histórico de Veracruz”. Edición particular limitada. Veracruz, 1967.

[9] Mas que una muralla con las características de solidez y altura que posee la connotación del término, la de Veracruz no pasó de ser un tapial “de cal y canto” con altura de unos dos o tres metros. De hecho, en los lienzos del norte era tanta la arena que se acumulaba en su exterior durante los “nortes” (fuertes vientos invernales), que se formaban rampas por las que fácilmente se podía subir y, saltando, entrar a la ciudad sin usar alguna de sus escasas puertas.

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