Los asesinatos de Cullera

Por Jesús Moya Casado

     El 18 de septiembre de 1911 era lunes. Las diferentes sociedades obreras y sindicatos de toda España habían decidido celebrar una huelga general en protesta por el reclutamiento forzoso para luchar en la guerra de Marruecos y Cullera no se mantuvo al margen. Los obreros de la ciudad cortaron las líneas telegráficas, levantaron las vías del ferrocarril, cerraron los diferentes negocios que había entonces en el pueblo para impedir que la gente fuera a trabajar e incluso, impidieron que dos terratenientes locales fueran a ver sus arrozales.

     El día 18 de septiembre de 1911 salió de Sueca el Juez de Instrucción Jacobo López de Rueda. Se armó con una pistola y una coraza (chaleco) de cartón-piedra. Junto a él iban el secretario del juzgado Primitivo Beltrán, un hijo de este, el alguacil Antonio Dolz, el escribiente Fernando Tomás y un vecino de Cullera.

     Al llegar a la estación de Cullera el juez se encontró con Juan Jover, conocido popularmente como el Chato de Cuqueta. Junto a él estaba el jefe de la estación a quien los huelguistas habían impedido ir a Sueca para comunicar a la autoridad competente que las vías del tren estaban cortadas y no se podía restablecer el tránsito de trenes.

     El juez empezó a pedir identificaciones a los huelguistas y como estos seguían levantando los raíles y otros huían del lugar, el magistrado sacó su arma. Entonces, se inició una discusión entre los huelguistas y el juez que acabó con la detención del Chato de Cuqueta y un tal Blanco, a los cuales hicieron subir a la galera (vehículo similar a la tartana) en la que iba el juez.

     La galera entró en Cullera por la calle Valencia, situada en el barrio obrero del Raval, y entonces la gente empezó a gritar “¡Que s´en duen els homes!”. La noticia corrió como la pólvora y cuando la galera llegó al centro de la población, la gente empezó a tirar piedras al vehículo. El Chato de Cuqueta y el Blanco aprovecharon para escapar.

El Chato y Jacobo López de Rueda.

El Chato y Jacobo López de Rueda.

     Los huelguistas asaltaron la casa consistorial. Sacaron al juez a la calle y el Chato de Cuqueta le pegó un hachazo al juez en la cabeza. El alguacil, Antonio Dolz, consiguió escapar y cruzar el río Xúquer, pero en la otra orilla los huelguistas lo atraparon, le ataron una piedra la cuello y lo lanzaron al río. Su cadáver fue rescatado al día siguiente. El escribiente, Fernando Tomás, por su parte, murió en el hospital unos días después por las heridas que le infligieron con una aguja saquera. Uno de los acompañantes consiguió salvarse al esconderse en un diván del Ayuntamiento.

     El 7 de diciembre comenzó el juicio en Sueca. El Consejo Supremo de Guerra y Marina condenó, fundándose en las declaraciones prestadas, a doce de los acusados como coautores del asesinato del juez López de Rueda. El fiscal solicitó siete penas de muerte y dos cadenas perpetuas.

     El alcalde de Cullera, Joaquín Fenollar, fue suspendido de su cargo e inhabilitado. Se le acusaba de haberse ido a cazar por la mañana a pesar del clima de tensión que había en Cullera. Además, alrededor de 10 guardias municipales fueron detenidos o destituidos por “incumplimiento del deber y actitud sospechosa”.

     En un principio, se dictaron siete penas de muerte. Pero el capitán general finalmente solo firmó tres: la de Juan Jover (el Chato de Cuqueta), Cecilio Sanfélix y Federico Ausina. El 12 de enero de 1912, el Consejo de Ministros indultó a dos de los condenados y finalmente, el rey Alfonso XIII, decidió también indultar al Chato.

     La decisión del rey provocó que José Canalejas, presidente del Consejo de Ministros, presentara su dimisión, pero el monarca no se la aceptó.

     El perfil de la mayoría de los acusados respondía al de jornaleros pobres y analfabetos. De la veintena de condenados que hubo finalmente, solo constan tres sindicalistas pertenecientes a la Unión Agrícola Obrera, la principal sociedad obrera de Cullera en 1911.

     Quince de los condenados eran analfabetos y cinco, incluyendo a Juan Jover, tenían un perfil delictivo o antisocial. Doce trabajaban en el campo, la mayoría como jornaleros; había un albañil, un herrero y un carpintero; del resto no consta su ocupación.

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